james-rhodesTodos estamos necesitados de verdad. El mundo y la sociedad están hambrientos de franqueza y honestidad. Esencial y autentica. Pura, sin tapujos, sin defensas. La del corazón. Aperturas en canal emocionales, de esas que reconocemos más desde la intuición que desde la razón, en las que alguien se revela ante nosotros sin ocultar nada, desde lo cierto, desde lo que hay, por muy sucio, feo y horrible que suene. Cuando se pone de manifiesto la contradicción en la que vivimos todos, los sentimientos opuestos y dolorosos que nos mueven. Cuando ese alguien dice, soy esto, me arriesgo a no gustarte, esta es mi vulnerabilidad, esta es mi carne viva.

El éxito que ha supuesto Instrumental, la historia del pianista James Rhodes, en el mercado literario de los últimos dos años se podría entender desde el morbo: un tipo que cuenta de sus adicciones y desgracias, violado y politoxicómano, la historia de un chico llevado al borde la locura por los abusos sexuales sufridos a los seis años. Y encima con un final feliz. Y es que nos excita y nos pone el barro y la perniciosa exhibición de los otros como quien mira un accidente de tráfico. Y más si acaba de bien como en Holywood. Pero ya está, no hay mucha más historia detrás de Instrumental y solo el morbo no explica el boom y la tremenda influencia que está teniendo la autobiografía del bueno de Jamie. Porque además es eso: una autobiografía, rara avis entre los best sellers, no una novela sobre dragones o azotes con fusta. Y encima con una buena dosis de música clásica, concepto que para muchos de nosotros era la esencia del aburrimiento.

Así que entiendo el exitazo del libro no por la temática, ni siquiera por el voyerismo de mirar la destrucción y posterior resurrección, la entiendo porque alguien se desenmascara de posturas y fachadas y se enseña tal cual es, del pie al pelo, todo lo bonito y todo lo feo sin disfraz social. Y más aún, porque nos reconocemos en James Rhodes. Más allá de los hechos, que cada cual tiene los suyos, reconocemos el dolor, las ganas de escapar y lo que cuesta transitar por la vida. Levantarse cada mañana y encontrarse frente al espejo con las mismas cosas que no me gustan de mí otra vez, cuando nos miramos dentro del corazón, que sí sabemos hacerlo aunque no queramos, sin culpabilizar a nadie porque en el fondo de nosotros tenemos claro que, no importa qué nos ocurra, la manera de gestionar lo que nos pasa es nuestra y solo nuestra y de la forma que tenemos de encallarnos una y otra vez en las reacciones y maneras propias nadie tiene la culpa. Aunque nos hayan violado.  Así de bestia es la vida. Los automatismos que repetimos una y otra vez y que nos causan infelicidad son responsabilidad exclusiva nuestra.

James Rhodes bordea la locura. Como poco. Pero no es diferente a ninguno de nosotros. El ser humano mal llamado loco (psicótico) no es de una especie distinta del mal llamado normal (neúrotico). No hay una diferencia cuantificada: o esto o lo otro. Somos un continuo, un continuo de emociones, sensaciones y pensamientos que reaccionamos a un entorno que si se endurece demasiado, sobre todo en momentos tan frágiles como la niñez, nos puede llevar al límite de la razón. Pero no es más que llevar al límite las sensaciones comunes al hecho de ser humanos. Las sensaciones que todos tenemos. Así que lo que tiene Instrumental es que nos vale como espejo extremo de nosotros mismos y encima de espejo cargado de sinceridad que es algo que nos cuesta a la mayoría. La pura verdad en el otro la vemos por comparación. Por mirar a alguien que se deja el ego en casa por estar harto de él y al mirarnos a nosotros mismos vemos que somos todavía esa fachada poco auténtica que nos limita la vida. No es algo habitualmente pensado. Sentimos que esa persona va un paso más allá al mostrarse. Y lo admiramos. Admiramos a James Rhodes. Reconozcámoslo.

Es un libro terapéutico, por eso escribo de él en este blog. Ojo, no de autoayuda vacía en plan Paulo Coelho. No intenta provocar sonrisas y felicidades falsas cortoplacistas. Es real, con poso y contenido, se sostiene por lo vivido, por las vivencias de Rhodes y no por frases grandilocuentes y símiles angelicales de eslogan de facebook. Para empezar la propia música es terapéutica. Y la clásica sin duda, si se cuenta tal como es y no desde la perspectiva habitual de tullidos mentales con aires de seres superiores embutidos en fracs. Confieso: escucho mucha más música clásica desde que leí a Rhodes como a quien le han abierto la puerta a un mundo nuevo. Tenía no solo una noción aburrida de la música clásica sino también oscura. Para mí estaba asociada a cuando era un chaval y en mi casa alguien escuchaba a Bethoween en momentos depresivos. Ya no. Ha cambiado y se lo debo a James Rhodes (también a otros, desde aquí mi reconocimiento a Albert Rams).

Pero ante todo es terapéutico porque es de esos libros en los que encuentras un pensamiento o una reflexión que hace bingo, y uno mismo dice, eso es lo que yo siento y no he sabido expresar. Y esas pequeñas revelaciones no tienen precio. Son de un valor altísimo: poder sentirse parecido a otro ser humano que siente y padece lo mismo que yo. Encontrar gracias a otro la palabra justa, la expresión adecuada de lo que me pasa.

Instrumental soporta muy bien una segunda lectura (sí, me lo he leído dos veces casi seguidas). ¡Jimmy escribe muy muy bien! Por poner un pero, Rhodes muestra una modestia quizá un punto exagerada y repetitiva que no se sostiene mucho porque al fin y al cabo es un talentoso pianista que revienta conciertos. Pero puede que la vida le haya enseñado sus carencias con tanta crudeza que su triunfo lo tiene muy relativizado y no le hace crecerse demasiado porque podría ser que el venirse demasiado arriba fuera su perdición. Y nadie quiere volver al infierno. Así que defectos como este se lo perdonamos porque además a un tipo como James Rhodes se lo perdonaríamos todo.