Mi casa mira a la montaña de Barcelona, al oeste y un poco al sur. Cada noche en esta época del año, cuando el sol se pone, luce imponente Venus delante de mi ventana por encima de los edificios. Salgo al balcón a fumarme un cigarrillo y a honrar su presencia. Al mirarlo me siento tan pequeño, casi nada, aunque de alguna manera se que él me esta mostrando respeto de vuelta. Son cinco minutos en los que hago por preguntarme y preguntarle cosas relacionadas con cómo nos ve desde allá arriba. No importan tanto sus respuestas como que me deje hacerle las preguntas.

¿Qué nos toca honrar en estos tiempos tan confusos? ¿Dónde ponemos el cuidado y la atención? Lo material se tambalea, el qué tendremos entre manos de aquí a un tiempo nadie lo sabe, las promesas hipotecarias, los contratos indefinidos que se definen cuando el virus llega para quedarse, la planificación de la vida, la universidad de los niños, el morirme en esta casa, …. Ya nada se puede planear y el momento Covid-19 nos enseña que el aquí y ahora es lo único que cuenta. Quién no aprenda pronto esto tiene todas las papeletas para sufrir mucho. Porque el resto son especulaciones para llenar el tiempo de conversaciones y nuestra boca de pobres sobreactuaciones, porque ¿qué sabemos de mañana?: nada en realidad.

Y entonces una buena y admirada amiga me da la idea y hasta la frase tal cual: solo podemos cuidar lo afectivo-emocional, dice. Y se refiere al amor que llena los días normales de nuestra vida, a las personas que tenemos cerca, quién nos quiere y a quién queremos de verdad, quién me aporta simple amor, cercanía o cariño en cualquiera de sus versiones, cómo lo vivo yo y desde que lugar del corazón doy yo ese amor, si es para salvar mi culo, taparme los oídos, cerrar los ojos y ver sin mirar o si es arriesgándome a ser mi yo más esencia, mi yo más honesto, mi yo más compasivo, más empático.

¿Qué y quién está de más en mi vida? ¿Por qué pierdo el tiempo en relaciones que solo me aportan sensaciones que no quiero tener? Es difícil ponerse a hacer la selección, es osado y me da un poder casi bizarro. Pero cogerlo es responsabilizarme de mí mismo y mi camino. Supongo que tampoco sabría donde poner la nota de corte: estos me valen y estos no me valen. No es tan sencillo, la frontera es difusa como casi todas las fronteras. Espero que justo ahora mis momentos con la diosa del amor, la Venus de mis noches de Abril, me dejen estar más en contacto interno con esta confusión.