
Hablar de feminismo siendo un hombre. ¿Hay alguien ahí? Soy un hombre, sí, y también hijo de mi madre, padre de mi hija, gestaltista, doctor en Ciencias Físicas, seguidor del Athletic de Bilbao,… ¿Aun queda alguien ahí?
Quiero poder alzar la voz y no le quiero pisar el terreno a nadie, y mucho menos a las mujeres que con acierto reivindican un espacio que históricamente se les ha negado. Un espacio solo para ellas y por y para ellas. Así que ese no es el lugar desde el que hablo. Y no lo es porque esto no es algo aleccionador ni me digo, eh, hacedme caso, que yo tengo la razón (que palabra más jodida esa de «razón» ). Es simplemente el lugar de la reflexión, de la opinión de uno volcada al mundo. Lo que quiero entonces es tan sencillo como poder decir lo mío, interese o no (a mi lo mío sí me interesa y quiero escribirlo).
First of all, I’m a man? ¿Soy un hombre? Eso me han dicho y eso me han contado. Soy porque me lo han adjudicado. Hetero, blanco, tengo pene y más cosas, pero lo de hombre es solo el constructo mental que engloba todo eso y que encima marca un camino, una norma, sobre lo que hacer con todo eso. Últimamente me siento más identificado con otras cosas antes que con la etiqueta de hombre y no por eso dejo de serlo [Aquí un inciso: solo pensar en identificarme con otras cosas antes que con el ser hombre me hace sentirme angustiado porque es como perder un pilar en el que toda mi vida me he sustentado. Es alejarse de la zona de confort, ay ay ay]. Pero me resulta incómodo todo lo que implica y todos los bandos que implican. Porque la vorágine bestial que es el siglo XXI, de tecnología y de movimientos sociales y políticos pero también de miedos y ansiedades, hace que uno sea puesto en un bando a cada paso que da. ¿O me pongo yo? Buena pregunta.
Hay feministas que me hacen sentir que he nacido con el pecado original de ser un hombre. Ya está, ya lo he dicho. ¿Feminismo siendo un hombre? Claro que existe. Ese pecado me resuena a eterno y me acompaña siempre y habla por mi boca de macho que saca partido y sacará partido siempre de su condición. ¡Y el tema es que en gran medida tienen razón! Pero es que mi condición es indivisible de mi como lo es la calvicie, ser el primogénito o ser fumador, así que tengo y tendré unos privilegios, no puedo obviarlo, y no por eso peco y jodo a voluntad al prójimo o prójima a cada paso por el hecho de ser. Porque además ser algo implica tener obligaciones e imposiciones y ahí es donde quiero llegar.
Visibilizar las cuestiones de genero y el feminismo es una maravillosa y necesaria revolución para el mundo en el que estamos. Una familiar mía explora a sus tiernos 18 años , gracias a una mentalidad más abierta, su sexualidad con mujeres y hombres. Su padre lo lleva mal (que se joda el padre, estoy de acuerdo) Y le digo a él, bendita exploración la de tu hija , viejo carcamal, que nosotros, castrados educacionales, no pudimos ni quisimos investigar.
Como toda condición humana invisibilizada, el feminismo explosiona y por ello está ahora en una fase expansiva, lógica y necesaria. Y la explosión arrastra, joder si arrastra, y me siento bien meneado por toda una serie de cuestionamientos de mis paradigmas como hombre. Eso es profundamente nutritivo y a la vez una fuente clara de angustia [vuelvo al mismo punto, ¿veis? Los movimientos internos son por definición angustiosos]. El manejo de la angustia provoca, si no lo cuidas, una reacción rígida , un enrocarse tras los muros de los antiguos valores y en ese estado es en el que se encuentran no pocos hombres hoy en día.
Esos tipos, machos machísimos, no se cuestionan esa parte sensible-receptora identificado con lo femenino (perdón por la puta jerga psicoanalítica; ya cambiará). Todos la tenemos porque todo viene en pares o polaridades. Femenino y masculino. ¿Cómo si no nos equilibraríamos? ¿Dónde está el Yin sin el Yang o el sistema simpático sin el parasimpático, la guerra sin la paz, la luz sin la oscuridad? ¿Dónde esta la moneda sin cruz opuesta a su cara? El tema es ese, cuestionarse, y eso implica poder decir NO SÉ y sobre todo, queridos enanitos mentales de la masculinidad, echar la vista atrás para replantearse cada uno su historia. Ojo, no para castigarse, sí para evolucionar. Hay una enorme diferencia.
Por otro lado muchas mujeres han reaccionado ante esta revolución con la acusación constante hacia el hombre. Hablando con mujeres cercanas a mi, desde el principio me siento encasillado en «el enemigo» (hablar de feminismo siendo hombre me resulta imposible en estos casos). ¿Soy yo o son ellas las que provocan este sentir en mi? Los dos probablemente. Es sano que las acusaciones vayan bien dirigidas, orientadas y sean concretas en forma, genero y número porque si no, entramos en esas guerras de ajuste de cuentas que llevan solo a la sangre. Además, me parece que la reacción acusativa tiene más que ver con la historia de vida de cada cual y con las agresiones que cada uno ha sufrido que con una cuestión política (y es por eso que hay que darle voz, sin duda, pero, insisto, de forma concreta en genero y número y no disparar contra todo lo que se menea… y esto es todo un trabajo terapéutico, para ellas, ellos y elles). Nada de esto quiere decir que las mujeres no tengan que derribar puertas. De hecho, sí, echarlas abajo a hostias. Pero sin mirada interna, sin trabajo interno, sin un mismo cuestionamiento de su parte machista y patriarcal no hacemos nada, solo escupir fuego. Y es más aun, el cuestionamiento es en si revolucionario, es integración de partes femeninas y masculinas que es un objetivo en si mismo y no se ha hecho hasta ahora en gran formato; el cuestionamiento interno derriba puertas, las hace volar por lo aires y entramos en un circulo vital precioso: mirada interna, derribo puertas y vuelvo a mirarme y eso me hace seguir tirando abajo paredes, techos y hasta suelos.
Maravilloso, ¿no? Pues hagámoslo todes.